Mª Dolores Carayol Marín

Estudié en el colegio Natalio Rivas. Comencé 1º en el año 1974 y terminé 8º en 1982. Después pasé al Instituto de Bachillerato “La Sagra “e hice el BUP […]

Durante este tiempo, en el Natalio, tuve varias tutoras, y a cada una de ellas las recuerdo con mucho cariño. Dª Carmelina Hierrezuelo, Dª Marina García, Dª Ermelinda Felis, D. Francisco Hernández y Dª Carmen Martínez.

Recuerdo que por entonces estaba como secretaria Manuela, una mujer que vivía cerca del colegio, en la calle de Los Jardines, nosotras la llamábamos Dª Manuela, pues era la que en algunos momentos nos ponía firmes.

Y, por supuesto, entonces era la directora Dª Francisca Bustos, nuestra querida Dª Paquita. Una mujer recta pero amable, pendiente del colegio y de cada una de las alumnas. Y digo alumnas porque entonces el Natalio Rivas era solo y exclusivamente femenino.

Como hace tantos años, no recuerdo muchas cosas, pero hay dos o tres que me vienen a la memoria y me provocan una sonrisa.

En los fríos inviernos de Huéscar (por aquel entonces se veían hielos colgando de los tejados), pasábamos bastante frío en las clases, a pesar de tener una estufa de butano en cada una. […] Todavía me acuerdo de que mi madre me mandaba a la escuela con un pijama debajo de los pantalones para estar más abrigada.

Otro recuerdo entrañable era el desayuno a la hora del recreo. Cada una llevábamos nuestro tentempié, pero Dª Paquita nos llamaba a todas para tomar un vaso de leche, de la que llamaban americana, porque era en polvo. La verdad es que con el frío se agradecía una leche calentita. También nos daban quesitos, similares a los del caserío.

Por entonces, el horario era de 10 a 1 del medio día y de 3 a 5 de la tarde.

Durante el curso, todos los días nos poníamos en fila y rezábamos antes de entrar en las clases, y Dª Paquita siempre empezaba en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

Lo que más “cuqui” resultaba era el mes de mayo. Por las tardes, antes de empezar las clases hacíamos “LAS FLORES A MARÍA”. Cada clase preparaba la imagen de la Virgen Inmaculada en unas andas pequeñitas que procesionábamos entre cuatro. La adornábamos con flores y bien engalanada, por todo el patio, le cantábamos “Venid y vamos todos con flores a María…” o “El trece de mayo la Virgen María bajó de los cielos a Cova de Iría”. Algunas veces, fíjate que cosas, como no teníamos flores, mi amiga Mari y yo, al pasar por el parque hacia la escuela, nos las llevábamos puestas de los jardines, casi siempre una rosa y celindos. […]

En fin, una aventura. Todas estas cosas y muchísimas más tengo que agradecérselas a mis maestros, también a mis compañeras y por supuesto a Dª Paquita que hacía de la escuela un lugar acogedor, pues nada más entrar por la puerta te saludaba y te llamaba amablemente por tu nombre o por tu apellido.

Después de este tiempo llegué al Instituto de la Sagra, para hacer el Bachillerato, y allí encontré de nuevo a Dª Paquita. Seguía llenando la pizarra de números y fórmulas para explicarnos su asignatura, matemáticas, con un trocito de tiza tan pequeño que algunas veces llegaba antes a la pizarra la uña que la tiza.

Solo con asistir a clase, preguntar e interesarte por el tema que explicaba ya tenías un aprobado, más nota había que currársela.

Ya en segundo de Bachiller Dª Paquita se jubiló.

Después de esto cuando ibas a su farmacia, pues también era farmacéutica, y tras haber pasado tantos años y tantas chicas por el colegio, continuaba llamándonos por nuestro nombre.

Fue una mujer emprendedora hasta el extremo, fuerte y leal a sus creencias y convicciones.

Muchas gracias, Dª Paquita, por enseñarnos con su vida tanto valores humanos como cristianos[1].


[1] CARAYOL MARÍN, D. “Una mujer emprendedora, fuerte y leal a sus creencias y convicciones”. Revista Péndulo, (2020), 6, pp. 27.

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