Rafael María Salido Cruz
Corría el año 1971 y en los primeros días del mes de septiembre llegué a Huéscar, por primera vez, para ocupar mi cargo de Maestro Nacional en el Centro Escolar «Cervantes». Era bien entrada la noche y, titubeando, hube de parar el coche en la Plaza Mayor (entonces, Plaza del Caudillo) que estaba completamente desmontada; habían derruido un tradicional quiosco de música que iba a ser sustituido por una fuente, moderna y espléndida.
Al día siguiente, mi encuentro con el Colegio Cervantes, aquel viejo caserón, se centró en una frase pintada en la pared del vestíbulo que decía: “Por la Escuela hacia Dios”. Las aulas estaban distribuidas en tres plantas, mal emparejadas, y un patio de medianas proporciones servía como espacio de recreo que, a través de una reja, daba a la calle Morote aunque la entrada principal era el comienzo de la calle Mayor.
El edificio que acogió a la primera Escuela Graduada de niños, desde 1911. A partir de 1936, se dio el nombre de Escuelas Graduadas “Cervantes”.
Recorriendo el edificio, vi por primera vez las estufas de cáscara de almendra, que yo tomé por un sistema anticuado de calefacción y que, con la llegada del invierno, las aprecié en su verdadera eficacia.
En este centro, profesores y alumnado éramos varones, salvo la unidad de párvulos en que el alumnado era mixto y lo dirigía una profesora – doña Carmen – pues la ley, hasta entonces, así lo preveía. Los niños vestían uniforme, aunque ya de forma residual pues los profesores no lo exigían rigurosamente. Una buena parte de nuestros alumnos acudían a diario de aldeas y cortijos, para lo que era imprescindible el transporte escolar. Igualmente, el Centro disponía de comedor ya que la jornada de trabajo tenía dos sesiones, mañana y tarde.
Como telón de fondo, las enseñanzas primaria y media se encontraban en ese momento en una profunda transformación pues el Ministerio Villar Palasí había establecido en 1970 la llamada Ley General de Educación. Esta ley trajo la Educación General Básica (EGB) y el BUP, el nuevo bachillerato de tres años que se podía continuar con COU (Curso de Orientación Universitaria) que sustituía al antiguo PREU, para los alumnos que aspiraban a la Universidad.
Mis cinco años en el Colegio Cervantes quedaron grabados en mi memoria con una palabra: gratitud. La plantilla de profesores, personas sencillas y convivenciales, me trató con cariño. De los dos mayores, D. Antonio López y D. José Fernández, también aprendí… Creo que nunca les expresé el afecto que sentía por ellos.
Mi vida transcurrió entre el Colegio y la dedicación a la carrera de Geografía e Historia, que estaba próximo a terminar. Vivía alojado en la Casa de Hilario, otro viejo caserón, heredero de las antiguas Alhóndigas del período islámico que, con los años, se actualizó como Posada y que, en los últimos años, había devenido en Pensión. Fría en sus habitaciones y pasillos, era, en cambio, cálida y familiar, por el trato de sus dueños y la generosidad del servicio de comedor.
Calle Alhóndiga, 1970 (Archivo Histórico Municipal)
Pronto supe que en la localidad había otro centro de primaria, el Colegio de niñas, Natalio Rivas. La directora de este Colegio -como deja bien claro el artículo en el que se incluyen estos recuerdos míos- era doña Paquita Bustos, a la que bien pronto conocí, aunque sin demasiada proximidad porque, entre centros, había entonces una comunicación escasa. El panorama en primaria se completó ese año de 1971 con un tercer centro, el Colegio Princesa Sofía.
En relación con ella – doña Paquita – sí tuve la oportunidad de tratarla con más profundidad cuando empecé a trabajar en el Instituto de Bachillerato.
Doña Paquita con los profesores que venían a examinar a los alumnos de Bachillerato en los años del CLA (Colegio Libre Adoptado), 1964
Era una mujer poco dada a alardes o presunciones, pero pronto supe de su extraordinario currículum (este vocablo aún no había llegado a la terminología de los enseñantes), de sus muchas actividades y de sus jornadas agotadoras. Sobre esto, no diré más pues este artículo, dirigido por la profesora Mercedes Laguna, lo aclara sobradamente, a través de testimonios de primera mano; entre otros, el de su propia hija, Mª Dolores Iriarte.
Instituto Nacional de Bachillerato de Huéscar, 1979 (fotografía de la Revista La Sagra, 1990)
De doña Paquita recuerdo también el interés y seguimiento por todos los alumnos y alumnas que habían pasado por sus aulas; recordaba con precisión sus nombres, estudios y destinos que habían seguido…, sin distinción alguna de origen social. Yo diría que se ocupaba especialmente de aquellos que, para hacer sus estudios, habían superado las limitaciones de la pobreza, severa en muchos casos. Conocía a los progenitores, circunstancias familiares, parentescos.
Mujer modesta, se afanaba mucho por el buen uso de las cosas, ajena a cualquier tipo de despilfarro. Hoy sería un modelo para todas aquellas personas que luchan contra el consumo desmedido de nuestro tiempo. Como detalle pintoresco, recuerdo que en algunas reuniones mostraba su opinión o sugerencia sacando de su bolso un sobre usado o un trocito de papel donde la llevaba escrita.
Era una persona combativa, de fuerte personalidad. Por su condición de vicedirectora, formaba parte del equipo directivo que yo presidía (del año 78 al 81). Allí se debatían muchas cuestiones y, como es natural, no faltaron momentos de tensión. Quizá en algún momento me faltó asertividad hacia ella.
Hoy la recuerdo con curiosidad y empatía.
Rafael María Salido Cruz
SALIDO CRUZ, Rafael Mª. «Dádivas al atardecer (entretelas en el alma)». Revista De Lectio, 6 (2020), edición on-line. Este texto aparece recogido en el artículo de Mercedes Laguna: «Francisca Bustos y la educación en Huéscar». (En prensa). Revista Péndulo, nº 21. |