INTRODUCCIÓN al libro Fiestas de moros y cristianos de la comarca de Baza
Autor de la introducción: Jesús Daniel Laguna Reche
El de las tradiciones y fiestas populares es uno de los más interesantes campos de estudio para quienes de una u otra manera dedicamos parte de nuestro tiempo a investigar el pasado de nuestra tierra. Más de cinco siglos de historia después de la definitiva conquista cristiana dan para mucho; a lo largo de ese tiempo los avatares de la vida han ido estableciendo un amplio calendario de celebraciones religiosas o de contenido religioso, algunas ya desaparecidas, y han creado multitud de tradiciones, historias y leyendas en torno a santos patronos, personajes peculiares de la sociedad del momento (por ejemplo moros, ermitaños, pastores o bandidos echados al monte), la mayoría de ellos de historicidad discutible o sencillamente inventados, y relacionados todos con acontecimientos pintorescos variados tales como milagros, batallas, apariciones divinas, martirios, crímenes…, que dan nombre a barrios, calles, barrancos, cuevas, parajes naturales, fuentes, cerros, acequias, caminos, pagos, formas caprichosas de la naturaleza, etc. Conocemos muchos ejemplos en el norte de Granada, entre ellos los relacionados con la difícil convivencia entre moros y cristianos y la devoción a la Virgen de la Cabeza. Una buena muestra es el conocido Responsorio de los curas de Huéscar, elaborado en 1782 y publicado hace ya bastantes años por mi buen amigo Gonzalo Pulido Castillo.
Las fiestas de moros y cristianos tienen actualmente un fin primordialmente lúdico y de promoción turística, pues aunque se trata de tradiciones centenarias, las celebraciones actuales apuestan por ser un modelo de respeto y convivencia pacífica entre culturas diferentes, justamente en la dirección opuesta a la finalidad que en su origen tenían, que no era otra que la de exaltar y recordar solemnemente la victoria en todos los sentidos del mundo cristiano sobre el musulmán en territorio español. Victoria política, con la anexión del último reducto del Islam en Europa y el sometimiento de su población a unas formas de gobierno que poco tenían que ver con las propias del Estado Nazarí; victoria militar en 1571 en una muy cruenta y conocida guerra, que supuso la expropiación de los bienes moriscos y la deportación a otros territorios castellanos y la esclavización de los supervivientes; victoria social y económica, pues el pueblo morisco sufrió la desarticulación de sus esquemas sociales, la esclavitud y el desarraigo tras la forzada marcha a tierras lejanas y extrañas –muchos fueron trasladados a las tierras que el duque de Alba poseía en Salamanca- y la pérdida de sus tierras y casas; y victoria cultural, mediante una muy restrictiva y severa legislación referida a vestidos, zambras, prácticas religiosas, sacrificio de animales, días de descanso, lengua, higiene, etc. La expulsión de los moriscos a partir de 1609 fue el brusco final del largo proceso de marginación de los descendientes de los últimos seguidores de Mahoma en España.
La Virgen de la Cabeza cuenta con una muy arraigada devoción en nuestra tierra desde hace varios siglos. Su origen es muy similar en todos los lugares, siempre vinculado a las por entonces abundantes apariciones marianas a humildes y devotos pastorcillos que apacentaban sus rebaños en los alrededores de los pueblos. Historias nacidas de la más entrañable religiosidad popular, que para honrar a María en su advocación de la Cabeza erigió ermitas en los cabezos de la sierra, a las que peregrinar para implorar la benevolencia divina, ocasión que era aprovechada, todo sea dicho, para disfrutar de una jornada festiva y en ocasiones accidentada por la gracia del vino y la pólvora. Ya que siempre era uno de ellos el afortunado receptor de tan magna y sobrenatural visita, solían ser pastores y hombres del campo los artífices del establecimiento de los cultos a la Virgen de la Cabeza. Así fue en Huéscar, donde la Hermandad de Nuestra Señora de la Cabeza fue fundada en 1667 por pastores navarros y de ascendencia navarra, que reservaron la entrada de nuevos hermanos a los ganaderos que habían contribuido económicamente en la construcción de la ermita. Incluso hasta hace relativamente pocos años las personas que acudían a la romería eran todas o casi todas pastores, labradores y jornaleros.
La parte inmaterial, no tangible, del patrimonio cultural de los pueblos suele sufrir con el paso de los siglos menos cambios que los elementos visibles, como edificios, imágenes religiosas y objetos de culto, pues queda libre de las inclemencias del tiempo y del odio y la incultura humanos. Muchas veces es el modo de vida actual, tan diferente al de otras épocas, o la mala actitud de los encargados de conservar las tradiciones –léase organizadores de las fiestas, hermandades, etc.-, lo que provoca modificaciones –algunas razonables y otras cuando menos discutibles- en ciertas manifestaciones culturales que de no ser por los deseos de cambio hubiesen permanecido tal y como eran desde tiempo a veces inmemorial. Puede parecer una tontería decir eso, pero no lo es: las tradiciones no cambian por sí solas, cambian si nosotros queremos que cambien. Y los cambios pueden ser buenos, malos o insignificantes, que de todo hay, pues a veces son necesarios, pero sólo a veces.
El apego a la tradición hace que cada año, incluso en las grandes capitales, se realicen cultos religiosos varias veces centenarios, lo que constituye una manifestación de la voluntad popular de conservar algo que el común de los ciudadanos considera suyo en cuanto patrimonio colectivo; entramos aquí en el terreno de los sentimientos, que afloran cada año llegada la fecha para mantener expresiones culturales que han sido legadas de padres a hijos durante generaciones, acompañadas muchas veces de la creencia generalizada en “verdades” que en ocasiones no lo son tanto, pero que la tradición oral y a veces escrita hace inexpugnables ante el asedio de las fuentes documentales. Aquí lo normal es que la ficción venza a la realidad, y de esto algunos tenemos amarga experiencia.
La gente suele conocer sus tradiciones, pero no el origen y la evolución histórica de las mismas. Dado que el presente sólo se comprende adecuadamente cuando se tiene una correcta noción del pasado, las tradiciones deben ser investigadas con la seriedad que requiere cualquier estudio histórico medianamente aceptable, y dadas a conocer para que todo el mundo sepa de dónde vienen y cómo han ido cambiando con el paso del tiempo. En este sentido el trabajo en archivos y bibliotecas es imprescindible. Es la búsqueda lenta y callada entre viejos legajos y libros encuadernados con pergamino lo que nos va a dar los datos que nos permitan reconstruir la historia de nuestras fiestas: actas notariales de muy variada temática (fundaciones, poderes, contratos con plateros, entalladores, pintores, etc.), acuerdos municipales y del cabildo eclesiástico, cuentas de Propios, expedientes fundacionales, libros de cuentas y acuerdos de cofradías, etc. Son estos y otros muchos tipos documentales más los que nos permiten escribir la historia, nunca nuestras creencias, por muy arraigadas que estén y por muy entrañables que sean.
La investigación y a veces el sencillo interés por conocer mejor el origen y la evolución histórica de una determinada tradición permite sacar a la luz elementos materiales de nuestro patrimonio cultural desconocidos o sobre los que pesaba la falsa y para algunos convenida creencia de su desaparición. Me refiero sobre todo, en relación con el tema de estudio del presente libro, a las composiciones literarias y musicales locales, muchas de gran antigüedad, compuestas por músicos, poetas o eruditos del pueblo, algunos anónimos, que en muchos casos han quedado en desuso y se hallan sumidas en el olvido en archivos municipales, parroquiales y, en demasiadas ocasiones, particulares. La experiencia demuestra que en este aspecto el patrimonio cultural de un lugar puede llegar a ser de una riqueza y calidad muy considerable, y eso es exactamente lo que ocurre en las comarcas de Baza y Huéscar, y a las pruebas me remito, algunas muy recientes y de inmenso valor histórico para nuestros pueblos.
Algunas tradiciones no permanecen siempre y por motivos muy diversos acaban desapareciendo o sufren transformaciones muy notables; esto ha hecho en el pasado que muchas de las piezas literarias y musicales compuestas para ser interpretadas en las celebraciones religiosas locales hayan acabado olvidadas, y demos gracias a Dios por aquellas que han sido capaces de sobrevivir a dos guerras y al polvo y los ratones de las antiguas arcas de madera. La puesta en valor de estas composiciones es probablemente la más feliz consecuencia del estudio de nuestras fiestas, y es algo que debe hacernos a todos, ciudadanos e instituciones, sentirnos orgullosos de nuestro acervo cultural, que a la vista de los últimos estudios es más amplio de lo que muchos pensábamos, y plantearnos seriamente adecuadas estrategias para su conservación y difusión. De esto es necesario convencer a autoridades y, en algunas ocasiones, particulares, pues siempre redundará en beneficio de todos.
En este sentido siempre es muy de agradecer la buena voluntad de aquellas personas que, guardando a veces un modesto anonimato y sin esperar a cambio beneficio económico alguno ni honores públicos, ponen interés en conservar y divulgar estos documentos y permiten su reproducción y edición, como es el caso que nos ocupa.
El presente trabajo tiene, al igual que el que le precedió, el valor de recopilar y dar a conocer una serie de composiciones literarias, varias de ellas bastante antiguas, utilizadas en este caso en las fiestas de moros y cristianos en la comarca de Baza. Algunas eran hasta ahora desconocidas, por lo que su edición aquí supone un paso importante en la difusión y conservación de los textos, sobre todo teniendo en cuenta que se trata de piezas extensas y por ello de difícil memorización, aparte del riesgo de ser modificadas por la tradición oral ante la pública inexistencia de un texto fijo, pues no existe lo que no se da a conocer a los demás.
Esperemos que en el futuro podamos ver salir de la imprenta nuevos estudios sobre el aspecto festivo e ideológico de nuestros pueblos, que nos ayuden a todos a mejorar el conocimiento de nuestro pasado y el entendimiento de nuestro presente.
Madrid, septiembre de 2009
Jesús Daniel Laguna Reche
Licenciado en Historia y profesor de Educación Secundaria