Volver a la página de la Sabiduría de la mujer en Huéscar
De Huéscar a La Puebla. De la Puebla a Madrid
Retrato de una época: Madrid, años 60.
La gran familia, de la ficción a la realidad
Mi nombre es María del Carmen Rodríguez Coronado, nací en la Puebla de Don Fadrique, soy la segunda hija de los nueve hermanos que llegamos a ser. Mi madre era Gregoria, la segunda hija de Carmen Puentes Gómez, “Carmen la Carnicera”.
Mis padres se conocieron en Huéscar, mi padre era natural de la Puebla de D. Fadrique, era el Secretario en el Ayuntamiento, aunque también trabajaba con el Notario. En 1960, el Notario se trasladó a Bilbao, y le propuso a mi padre que se fuera con él, y así fue, aunque su sueño era ir a Madrid. Al poco tiempo, el Notario se trasladó a Madrid y mi padre con él. Pronto mi padre consiguió una plaza en la Caja de Ahorros, aunque al ser funcionario de Admón. Local, tenía trabajo en el Instituto de Estudios de Administración Local. Él quería que mi madre y mis hermanos nos fuéramos a Madrid en cuanto él pudiera comprar una casa.
Así fue. Mi madre lo preparó todo. Tomó a sus tres hijos: Manoli, de 5 años, Mª Carmen, de 4 años, y José Antonio, de 2. Éramos muy pequeños para un viaje tan largo, en el subimos a varias Autedias y al tren. Yo era muy pequeña, pero recuerdo una estación de tren abarrotada de gente extraña. Mi madre con una maleta y agarrándonos para no nos perdiéramos. Fue un viaje muy largo y con muchas paradas. Ella nos acurrucaba en sus brazos, para no perdernos. Llegamos a Atocha y nos esperaba, mi padre. Fuimos a nuestra nueva casa: era un barrio nuevo y solo había un edificio de 4 pisos sin ascensor. El nuestro era el 4º; calor en verano, y frío en invierno. Alrededor, todo era campo; recuerdo que llegamos tan cansados que estuvimos durmiendo un día y medio. Al despertar sólo teníamos leche y pan para desayunar.
Para comprar, mi madre tenía que ir a Carabanchel, era muy valiente cogía un autobús. Nos dejaba en casa, nunca pasó nada, mi hermana cuidaba de nosotros. Mi padre buscó colegio para nosotros, a mi hermana mayor la matricularon en el Colegio Escuelas Pías de Eugenia de Montijo, y a mi hermano y a mí nos llevaron a un colegio para párvulos y primaria.
El barrio empezó a cambiar; comenzaron a levantar edificios, comercios, y empezaron a venir familias de todos lados. Al poco tiempo, mi madre se dio cuenta que muchas de esas personas que llegaban eran familiares de presos de la Cárcel de Carabanchel, había gente de todo tipo, buena y mala.
Mi madre estaba siempre pendiente de nosotros y la casa se nos quedaba pequeña. En 1964, estaban a punto de nacer mis hermanas, mi abuela llamó a mi madre para que fuera a Huéscar a dar a luz. No lo dudo. Mi madre tenía miedo ir a un hospital en Madrid, en Huéscar tenía a su madre y sus hermanas, y, además, a Ana María la comadrona, que era muy amiga de mi abuela.
Allá que nos fuimos todos con mi madre. Recuerdo el día que nacieron: un 2 de Junio, un día precioso un cielo azul. Yo no paraba de mirar al cielo para ver llegar a la Cigüeña, pero mi tía Joaquina, que tenía 15 o 16 años, nos llevó al parque para que no molestáramos en casa; nos hicieron fotos.
Estuvimos todo el verano y cuando vino mi padre a recogernos, se fueron todos: mi padre, mi madre y mis hermanos, a mí me dejaron con mi abuela, durante un año. Mi abuela estaba todo el día trabajando, se levantaban muy temprano. Me inscribieron en el Colegio de la Consolación, pero asistí a muy pocas clases pues no tenían tiempo de llevarme. Mi abuela busco una chica para cuidarme y que me llevara al colegio. La verdad es que había días que llegaba tarde o no me llevaba.
Me gustaba estar en la casa con mi abuela. Me llamaba cariñosamente Pastora, igual que también me lo decía la tía Mercedes; me daba un achuchón de cariño.
Recuerdo a las mujeres que hacían los embutidos, me querían mucho. Recuerdo a Catalina la cocinera: tenía mucha paciencia para que comiera, luego mi tío me llevaba a dormir la siesta, me contaba cuentos que se inventaba, al final, me quedaba dormida. También recuerdo, cuando mi tía Joaquina me llevaba al parque y a Parpacén, con sus amigas .
Con el tiempo, mi abuelo compró una casa para cuando mi tía Mª Joaquina se casara. Nos la dejó, para que fuéramos a Huéscar todos los veranos, ya éramos cinco hermanos, y mi madre necesitaba estar más con su familia.
En el año 1968, mi padre compró una casa en la C/ Caracas de Madrid, Barrio de Chamberí. Buenos Colegios cerca de casa, el trabajo de mi padre a 5 minutos, era lo que necesitábamos. Nos matriculó en el Colegio San Diego, en la Calle Eduardo Dato, antiguo Paseo del Cisne.
Mi madre estaba contenta, aunque en casa siempre había niños pequeños y ella tenía que hacer todo la casa. A mí me gustaba cuidar a mis hermanos pequeños, llevarlos al parque; en esos momentos mi madre podía hacer todo más tranquila.
Aunque trabajaba mucho: poner la lavadora y planchar uniformes, ropas de bebé, de cama y la casa que era muy grande, cuando llegaba mi padre, no parecía que allí hubiera nueve niños, todo ordenado y limpio. Cuando veían amigos a casa, decían que salían niños de todas las habitaciones. Los mayores teníamos una habitación para estudiar “el Estudio”, donde no podían entrar, ellos tenían la habitación de jugar, al lado de la cocina, donde mi madre los vigilaba.
Mi hermana mayor le ayudaba en la cocina y las compras siempre le gustaba ir con ella. Cuando terminó sus estudios, aprobó una oposición en Caja Madrid y con solo 16 años empezó a trabajar, al mismo tiempo que estudiaba su carrera.
El 16 de Noviembre de 1976 vino al mundo mi hermano Javier. Un mes más tarde, mis padres se fueron de viaje a Huéscar a ver a mi abuela que estaba enferma. Yo le daba el biberón al niño y lo cuidaba. Noté que se ponía muy morado, y llamé a mi madre. Regresaron a Madrid, lo llevaron a un cardiólogo, que era el yerno de Franco, el Marqués de Villaverde, y, en cuanto lo vio, nos dijo que era muy grave, y que lo lleváramos a la Paz, el único hospital que trataban a bebés, desgraciadamente no tenía solución podía morir en cualquier momento. Recuerdo que mi madre se desmayó y no volvía en sí. Mi padre nos pasó la cunita de mi hermano a nuestra habitación y nos dijo que nos ocupáramos del niño.
Inmediatamente, mi padre se ocupó de buscar un hospital donde trataran al niño (mi padre no tenía Seguridad Social, pues era funcionario y en aquella época los funcionarios no tenían Seguridad Social Tenía un seguro particular -Sanitas-, pero al ser un niño con enfermedad congénita no se hacían cargo. Hubo que sacar los ahorros para ir por privado. Los médicos no querían hacerse cargo, no tenía tratamiento, ingreso en la Hospital de Paz, donde también le detectaron que el riñón era poliquístico, y había que extirparlo, hubo reuniones entre cardiólogos y nefrólogos, temíamos que de esa operación no saliera, pues si mi campeón salió.
Mi madre se pasaba las 24 horas en la Paz, no sufría solo por mi hermano, sufría también por todos los niños que estaban en las habitaciones contiguas con enfermedades sin cura, al final no salía de la habitación por si había fallecido algún niño.
Mi padre me pidió que si yo podía quedarme por las noches, hasta el momento yo cuidaba de mis otros hermanos. Yo iba a clase por las tardes, a esa hora ya estaba mi hermana mayor en casa. Aun así, mi madre se levantaba temprano, dejaba todo preparado y se iba al Hospital.
Cuando llegó el verano mi hermano estaba continuamente entrando y saliendo del hospital y lo vio un psicólogo y nos dijo que estaba deprimido. Él tenía 4 años y tenía una inteligencia de 8 años, le había pedido que le dijera a su mamá que quería irse a Huéscar. Se reunieron el grupo de médicos y decidieron que aunque estaba en las últimas, que si él quería ir al pueblo que lo lleváramos. La sorpresa fue cuando el niño empezó a mejorar en Huéscar o bien por su estado emocional o por el aire sano de Huéscar. Era feliz, yo le llevaba todos los días al parque junto con mis demás hermanos y primos, o sea era la niñera, pero todos me lo agradecían.
A primeros de septiembre, mi otro hermano, Carlos, el nº 8, le atropelló la furgoneta del pan, dando marcha atrás. Mi madre tuvo que irse a Granada con la ambulancia, mis hermanos y hermanas pequeñas se quedaron a cargo de ellos, junto a mi tía Joaquina.
Recuerdo un día de ese verano, estando en casa de mi tía, Mª Joaquina, mi abuela Carmen, estaba en su silla en la mesa de camilla, ella miraba a mi Javi y le acariciaba la mano y él también la miraba con carita de pena, creo que los dos pensaban lo mismo, se daban pena el uno al otro.
El día 10 de octubre de 1981 mi padre recogió a mis hermanos y mi madre y regresaron a Madrid, al llegar a casa yo les esperaba con la comida hecha, mi madre subió con el niño en brazos sin saber que estaba agonizando, creo que no admitía lo que estaba pasando, me dieron al niño y fuimos a la Paz. Lo llevaba en brazos cogiéndole el pulso, cada vez era más bajo, cuando ingresó estaba ya en coma, no pudieron hacer nada.
Mi madre no lo superó nunca. Ella me pidió que le dejara a mi hijo Javier en su casa tenía un año más que mi hermano, pues lo había criado ella junto a mis hermanos, estuvo con ella hasta que nació mi hija, cuando que yo me cambie de domicilio, antes de que ella falleciera por ELA (antes había tenido un cáncer de estómago). Me dijo que no nos preocupáramos por ella, pues le había pedido a la Virgen que mi hermano no sufriera y que su sufrimiento se lo pasara a ella. Nunca se quejó de sus enfermedades, pues lo tenía asumido y su niño no sufrió.
Mi abuela se murió el 2 de enero de 1982. Al final Javi, falleció el 11 de octubre de 1981
Un beso a mi abuela a mamá y a mi niño Javi.
Mª Carmen Rodríguez Coronado
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Una historia entrañable semejante a las miles de aquellas familias que vendieron sus casas y emigraron a Barcelona, Madrid, Mallorca y Bilbao. Cuando no a Alemania.
Reitero, una historia admirable, entrañable.
Un saludo cordial
Ramon
Gracias por tu comentario, Ramón García. Si tienes alguna historia que aportar -en este marco de las emigraciones desde Huéscar-, cuéntanosla.
Saludos,
Mercedes Laguna