Volver a Sabiduría de la mujer rural
Los talleres de costura y, después, la Escuela de Artes, con los cursos de Corte y confección, significaron para las mujeres —en bastantes casos— aprender el oficio y cambiar el rumbo de sus vidas—. Por lo menos en parte, como aspiración que después cumplieron sus hijos, —en muchos casos—.
En la imagen presentamos el taller de costura de doña Herminia Pino, en la calle La Noguera. La fotografía —tomada hacia el año 1927— muestra la precariedad de las condiciones en las que se desarrollaba el taller de costura. En el suelo, la tierra y las piedras; en la pared de la derecha, una salida de agua del tejado. En la parte superior, otra tela cubre la barandilla del primer piso de la vivienda. Están las oficialas (que según cuentan las protagonistas llevaban su silla al taller), los hijos de la maestra y de las aprendices (de todas las edades). Y doña Herminia Pino Reinón, magistral, erguida, con la plancha de ascuas sobre la prenda.
Sucedió en 1955 que la segunda hija de Mercedes, Joaquina Laguna Puentes, aprendió corte y confección en las Escuela de Artes de Huéscar, y aventajó con creces a su madre en el arte de las tijeras, la aguja y la máquina de coser. Su madre estaba orgullosa.
Para Joaquina, la posibilidad de formarse fue una bendición, una oportunidad que era preciso aprovechar […] Las alumnas disponían de máquinas de coser, cintas métricas, jaboncillo, tijeras, hilos, patrones.
Joaquina diseñó, tomó medidas, dibujó, cortó y cosió el vestido de Primera Comunión de su hermana Carmela, en 1955. Preparó y confeccionó hasta la diadema y el tocado de su hermana. Todo un logro y un excelente resultado para una chica de 18 años.
Joaquina era tan buena costurera que la llamaban de distintas casas para confeccionar ropa: faldas, blusas vestidos. También preparó ajuares enteros, que en 1960, suponían el diseño, el corte y la costura de camisones, sujetadores, batas de salto de cama y batas de casa, sábanas, manteles, etc. Entonces ya le pagaban por días trabajados. Una vez, incluso hubo de cortar y coser las enormes cortinas que doña Mercedes Iriarte necesitaba poner en el cine que montaron en Castilléjar. Para aquella ocasión se llevó la máquina de coser que había en su casa, una máquina de mano: no tenía pedal, llevaba un pequeño mango en la rueda y era preciso tener arte, paciencia y fuerza para sostener y guiar bien la tela con la mano izquierda y dar vueltas a la rueda con la derecha.
Mercedes Laguna González