Presentación en la Revista De Lectio

UNA HISTORIA DE LAS INVESTIGACIONES EN BASTI (BAZA, GRANADA)

Un artículo de ANDRÉS MARÍA ADROHER AUROUX, ALEJANDRO CABALLERO COBOS y JUAN ANTONIO SALVADOR OYONATE.

Publicado en la Revista Cuadernos de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Granada, nº 23 (2013).

Resumen

Presentamos un estudio acerca de la evolución que ha seguido el conocimiento del yacimien­to arqueológico de Basti, en Baza (Granada), desde los antiguos textos greco-latinos hasta las intervenciones arqueológicas más recientes, lo que nos permite hacernos una idea de la importancia del conjunto arqueológico y de la necesidad de continuar las investigaciones habida cuenta del papel que jugó la estación de Cerro Cepero y su entorno en la percepción del paisaje y de la historia de éste en los pobladores del territorio desde la Antigüedad hasta el presente.

Fig. 1. Ubicación de Basti en el conjunto general de yacimientos ibéricos del Norte de la provincia de Granada (elaboración de los autores).

Palabras clave: Historiografía, Bastetania, Protohistoria, Ibérico, Romano, Visigodo, Medieval, Andalucía.

Introducción

Muy cerca de la actual población de Baza (Granada) se encuentra el conjunto arqueológico de Basti (declarado Bien de Interés Cultural en el año 2003) que se corresponde a la ubicación del antiguo asentamiento ibérico y romano mencionado en las fuentes greco-latinas (fig. 1).

Deberíamos, en realidad, hablar de un complejo arqueológico (mucho más amplio que la zona declarada B.I.C.) que ocupa una superficie de unas 135 hectáreas y que está formado por una estación arqueológica muy extensa espacial y cronológicamente, en el cual se ubican un oppidum ibérico (Cerro Cepero, que evoluciona a civitas stipen-diaria en época romana y a posible monasterio visigodo durante la Antigüedad Tardía y donde, en el siglo XIV, se construye una atalaya nazarí), dos necrópolis ibéricas de incineración (Cerro del Santuario y Las Viñas), una necrópolis ibérica y romana (Cerro Largo), un santuario ibérico (también en Cerro Largo), un pequeño hábitat tardoantiguo (Cortijo de La Ventica), una casa aislada romana altoimperial y otra republicana, una aldea romana que perdura hasta el siglo V d.C. (Peones Camineros, también llamada PC-1), una pequeña alquería alto medieval (Cerro Redondo) y una línea de qanats medievales de casi 300 m. de longitud perfectamente conservados (fig. 2).

Este conjunto arqueológico está integrado en el seno de un territorio que los antiguos geógrafos e historiadores grecolatinos dieron en llamar Bastetania; esto ha provocado que en la historiografía exista una imprecisión en el uso del término para aplicarlo a diversas realidades; para algunos (la mayoría) se trata del territorio protohistórico del Sureste peninsular y Alta Andalucía, con una mayor o menor entidad política; para otros se trata de una agrupación de pueblos bajo las mismas tradiciones culturales y que podrían adscribirse al concepto de etnia ibérica; y finalmente algunos autores relacionan Bastetania únicamente con el territorio propio perteneciente al oppidum ibérico de Basti.

Fig. 2. Zona arqueológica de Basti. 1, Cerro Cepero; 2, Cerro del Santuario; 3, Cerro Largo 1; 4, Cerro Largo 2; 5, Cerro Largo 3; 6, Cerro Largo, 4; 7, Cerro Redondo; 8, Cortijo Campillo; 9, Cortijo Espi­nosa 1; 10, Cortijo Espinosa 2; 11, El Arroyo; 12, Garbín; 13, La Ventica; 14, Las Viñas; y 15, Peones Camineros (elaboración de los autores).

Los textos, Basti y Batitania antes del siglo XX

Desde la tradición grecolatina hasta la Edad Media, existen continuas referencias a estos territorios pero con un valor nominativo diferente según el autor; sólo conocemos una referencia a Basti como tal, considerada una mansio en el Intinerario Antonio (It. Ant., 401:8), mientras que la mayor parte de las menciones se refieren al territorio, Bastetania, como Tito Livio (Liv., 37:46:7) o Estrabón, quien aporta además bastante información acerca de su orografía, costumbres y recursos (Str., 3:1:7; 3:2:1; 3:4:1; 3:4:2; 3:4:12; 3:4:14; 3:3:7); la referencia más reciente la tenemos en la Crónica de los enfrentamientos entre visigodos y bizantinos del obispo Juan de Biclaro a finales del siglo VI (Io. Bicl., Chr., 570:2).

Más infrecuentes son las referencias a los habitantes que ocupaban este territorio; es el caso de Plinio (Plin., H.N., 3:3:19), quien elabora un listado de poblaciones que acudían a Carthago Nova para dirimir sus pleitos con el representante de Roma (Plin., H.N., 3:3:25) y dentro del cual se encuentran los habitantes del territorium de Basti como tributarios. Otros autores mencionan directamente a los bastetanos, como Apiano (App., Iber., 66) o Ptolomeo (Ptol., Geog., 2:6:60), quien en la lista de poleis de los bastitanos que nos proporciona ni siquiera menciona la propia Basti.

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Las primeras excavaciones arqueológicas

Como dijimos anteriormente (vs. supra) fue la figura de Pedro Álvarez la que detenta el honor de ser el primer excavador del conjunto arqueológico, concretamente de la necrópolis de Cerro Largo. Parte de la información acerca de sus trabajos proviene de unos documentos recogidos por Gómez Moreno y entregados a Cabré durante sus estudios en Tutugi (Galera), entre los que se incluyen las relaciones epistolares entre el Maestrescuela y el Ministro de Estado, D. Mariano Luis de Urquijo. En ellos comenta con todo lujo de detalles los hallazgos que están teniendo lugar con el expolio, por parte de los habitantes del lugar, y solicitando él mismo permiso para excavar en esa zona y en dos cerros próximos (que suponemos son los de Santuario y Cepero).

De él podemos resaltar su talante científico (la entomología era una de sus princi­pales aficiones) cuando nos enfrentamos al método de campo y sobre todo al proceso interpretativo utilizado, hasta el punto que establece modelos muy acertados acerca del estado de conservación de distintos elementos aludiendo a los procesos post-deposicionales que afectaban a la conservación de los mismos, estudiando y describiendo el efecto del agua, de las sales y sulfuros que encontramos en la geología de la depresión de Baza, así como de las características de las tierras y sedimentos, estableciendo una relación con la naturaleza del registro (metal o cerámica), como también a la hora de calcular los enterramientos o el consumo de materia orgánica para quemar tantos cuerpos “se habrán quemado en aquel sitio dos o tres mil cadáveres y diez o doce mil cargas de leña” (Cabré, 1947:319), la función de los objetos, la clasificación de las tumbas según la riqueza del ajuar; Pedro Álvarez también realizó un exhaustivo inventario de los hallazgos, destacando que en su redacción tuvo la honestidad de citar algunas fuentes para referenciar sus hallazgos. Para ello utilizó el Recueil d´antiquités del Conde Caylus editado en 1761 y el Catalogue systematique et raisonné de Pedro Franco Dávila de 1767.

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[…] Mejor suerte corrió el denominado Cerro del Santuario del cual, dado el éxito de las ulteriores excavaciones de F. Presedo (1968-1971), sí se produjo una publicación de los resultados de las mismas. En el mes de julio de 1968 se realizó la primera campaña, subvencionada por la Dirección General de Bellas Artes y la Universidad Complutense, en la que se documentaron los diecisiete primeros enterramientos, que se depositaron en el Museo Arqueológico Provincial de Granada. En el mes de noviembre de ese mismo año hubo otra excavación, realizada por Joaquín da Costa 2 y finan­ciada por Pere Durán Farell (Presedo, 1982:257; Gil, 2009), de la cual no ha quedado documentación pero sabemos, por comunicación oral de Baldomero Álvarez Morenate (Tristán y Utrera, 2009), capataz de las excavaciones de Presedo, que se habían rea­lizados varias trincheras, que fueron rellenadas en las intervenciones posteriores. Las siguientes campañas de excavación, en 1969, 1970 y 1971, fueron subvencionadas por el nuevo propietario del yacimiento, Pere Durán, con la autorización de la Dirección General de Bellas Artes. Los ajuares de las campañas de 1969 y 1970, de las tumbas 18 a la 132, fueron a parar al museo privado del mecenas en Premiá de Mar, a veinte kilómetros al Nordeste de Barcelona, mientras que los ajuares de la última campaña acabaron repartidos entre dicho museo privado y el Museo Arqueológico Nacional de Madrid.

Fig. 3. Imágenes de la excavación de Ángel Casas en Cerro Cepero (1946). A, extremo Noroeste de trinchera; B, Casas dentro de la trinchera, zona no identifica; C, estructura no identificada en la ladera meridional; D, vista desde el Suroeste de los restos de la torre-vigía en Cerro Cepero en 1946; E, vista desde el Sur del “ninfeo”; F, detalle de la esquina noroeste del “ninfeo” (Cesión del Museo Arqueológico de Lorca).

Las investigaciones arqueológicas entre 1987 y 2004

Ni por la técnica empleada ni por las capacidades demostradas en cuanto a la difusión de los resultados, podemos considerar que los trabajos realizados con anterio­ridad a las excavaciones que Francisco Presedo desarrolló en la necrópolis, puedan ser consideradas excavaciones arqueológicas en sentido estricto, con un método de trabajo bien definido acorde con los objetivos planteados.

De hecho son las excavaciones de Presedo las que darán nombre al lugar desde una perspectiva arqueológica, pues no podemos olvidar dos elementos esenciales que caracterizan esta excavación: el hallazgo de la primera escultura completa de bulto redondo encontrada en un contexto arqueológico funerario primario y el convertirse en la necrópolis ibérica más veces referenciada en la bibliografía relativa al mundo funerario protohistórico peninsular (Blánquez, 2010).

La excavación de la necrópolis no fue sistemática y aunque la documentación no es escasa, resulta insuficiente a pesar de que se publicó en la serie Excavaciones Arqueológicas en España, editada por el Ministerio de Cultura en 1982.

Varios trabajos de investigación realizados más tarde (Gil, 2008:66; González, 2013:25) demuestran que existen algunos errores en la planimetría de las tumbas de la publicación de 1982 (la única existente hasta el momento), lo que podría invalidar algunos de los estudios que se realizan en relación a la disposición y organización interna de la necrópolis, ya que hay tumbas que no están reflejadas en dicha planime­tría, otras que se repiten y un grupo con los números alterados.

En todo caso, son 178 tumbas las publicadas, a las que unir la 179, una de las pocas que se conservan perfectamente en la actualidad, y que se incorpora a la pla­nimetría pero nada se dice de ella en la publicación. Lo más probable es que se trate de una tumba expoliada en algún momento entre el final de la excavación en 1971 y el momento en que se realizó la planimetría por parte de algún técnico, pues, dentro de lo que cabe, y teniendo en cuenta que no es un levantamiento topográfico, las rela­ciones espaciales y dimensiones, en líneas generales, son bastante correctas. Existen algunos elementos de la planimetría que se nos escapan, por ejemplo gran parte de los códigos expresados en la misma: A, H-1, N-1, U-A, U-B o E.C., son expresiones que aún son difíciles de interpretar. Tras reiteradas revisiones del texto posiblemente U-A y U-B haga referencia a dos ustrina documentados en su momento mientras que E.C. posiblemente nos esté explicando las tres zanjas que debió practicar Da Costa (E de excavaciones, y C de Costa).

Se han hecho algunas propuestas interesantes respecto a la cronología y funciona­lidad de la necrópolis. Una de ellas centrada en el estudio de materiales y la estrati-grafía, planteaba que su cronología abarcaría exclusivamente la totalidad del siglo IV a.C. (Adroher y López, 1992). La otra desarrollaba una propuesta de la organización interna y jerarquía social, plasmada en la ubicación y ordenación de las tumbas en la necrópolis (Ruiz et al., 1992).

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En el año 2003, bajo la dirección de uno de nosotros (A.M. Adroher), hubo otras intervenciones de urgencia debido a la construcción del trasvase desde el pantano del Negratín hasta el valle del Almanzora, realizando una batería de sondeos entre los cerros del Cepero y Largo, resultando negativos casi todos ellos, menos tres. A mitad del recorrido, casi cruzando el río que separa ambos cerros, nos encontramos con la fundación de una unidad doméstica del siglo II/I a.C., y al final, cerca ya de la autovía, un pequeño asentamiento rural tardoantiguo con necrópolis incorporada. Por último, casi al pie de Cerro Cepero, localizamos otra necrópolis ibérica de reducidas dimensiones y relativamente tardía, con el nombre de Las Viñas. Además, en las prospecciones que aprovechamos para hacer durante la excavación, se documentó una pequeña unidad doméstica altomedieval aislada al pie de Cerro Largo por su lado oriental y otra alto imperial. De esta forma por primera vez se pudo realizar un mapa bastante completo de lo que suponía un complejo arqueológico cuya extensión multiplicaba por diez la protegida por la declaración de Bien de Interés Cultural.

Fig. 4. Topografía del Cerro Cepero. 1, Foro; 2, termas; 3, “ninfeo”; y 4, muralla (elaboración de los autores).

Del proyecto de investigación de 2004 a la actualidad

Un año más tarde de esta intervención arqueológica de urgencia surgía el proyecto “Iberismo y romanización en el área nuclear bastetana”, coordinado por la Universidad de Granada y el Museo Municipal de Baza y aprobado por la Dirección General de Bienes Culturales de la Junta de Andalucía. El proyecto, no concluido pero cerrado por la crisis económica, dejó muchos objetivos inacabados ya que solamente se pudieron realizar una intervención de limpieza (campaña de 2005) y otra de excavación arqueo­lógica (2006), ambas en Cerro Cepero, tras lo cual solamente se concedieron permisos de estudio de materiales arqueológicos (lám. I).

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Fig. 5. Planimetría del Cerro Cepero, área excavada 2005-2006. 1, Terraza superior del oro; 2, terraza inferior del foro; 3, templo y torre nazarí; 4, taberna; y 5, iglesia monacal (elaboración de los autores).

Conclusiones… por el momento

Todas estas intervenciones arrojan luz sobre un asentamiento del que poco o nada se sabía hace apenas dos décadas. Especialmente acerca de la extraordinaria comple­jidad tanto de su espacio urbano como del periurbano, dentro del cual se incluyen una necrópolis ibérica fundamental en la historiografía de la Protohistoria peninsular.

No obstante, podemos plantear unas hipótesis de partida que, de alguna manera, deberían delimitar los futuros planteamientos de investigaciones y cualquier tipo de intervención en el complejo arqueológico.

Para empezar, estamos en condiciones de asegurar que Cerro Cepero estuvo ocu­pado desde el Bronce Final, tal y como sucede con otros oppida nucleares bastetanos (Iliberri, A cci, Tutugi, etc.).

No hay solución de continuidad entre el poblamiento ibérico y el romano en Basti. La romanización solamente supuso la construcción de algunos elementos urbanos nece­sarios, pero los barrios siguieron con la misma estructura de las fases anteriores. Las construcciones romanas son básicamente administrativas: las termas, el área del foro y sistemas hidráulicos.

Entre los siglos IV y VI d.C. la ciudad decae, hasta el punto de que esta pudo trasladarse; y la reocupación visigoda debió producirse en un formato administrativo distinto, posiblemente un monasterio, habiendo localizado los restos de una iglesia cristiana con ábside cuadrado y una sola nave.                                                               

Tras la conquista islámica hacia inicios del siglo IX se abandona definitivamente la ocupación, y no volvemos a tener evidencias de acción antrópica constructiva hasta la fábrica de una atalaya en el siglo XIV.

Con estos parámetros surge el problema de dónde se ubicaba la municipalidad de Basti entre el siglo IV, momento del abandono de Cerro Cepero, y el siglo XII, momento de posible fundación de medina Bazta bajo la actual población de Baza.

La única propuesta que hemos podido elaborar se desarrolló a consecuencia de las prospecciones realizadas en el marco del Proyecto General de Investigación, el cual planteaba la comprensión del asentamiento y su territorio. La cantidad de asentamien­tos tardoantiguos y altomedievales es tan elevada que se planteó la posibilidad de que durante el siglo VI ésta fuera una zona de frontera entre la zona visigoda y la zona bizanina (Salvador, 2011, 2013). En el conjunto de asentamientos hay uno de particular importancia, el Cerro del Quemao, con importantes estructuras defensivas, situado en una zona de inmejorable visibilidad y control, y a cuyos pies nos encontramos con algunos de los restos tardo romanos más importantes de la zona. Durante los trabajos de documentación del yacimiento se localizó la tabla de altar del obispo Eusebius, en un mármol que había sido reutilizado y que debió responder a una iglesia del siglo VII d.C.; quizás Basti pudo situarse aquí entre el Cepero y su actual situación. Este yacimiento presenta una gran superficie de ocupación (casi 4 ha) y numerosas cons­trucciones aún visibles en superficie como restos de la cerca en su lado meridional, el más accesible, y de infraestructuras hidráulicas complejas como aljibes y canalizaciones de desagüe. Este ha sido caracterizado como un despoblado amurallado de época califal y primeras taifas (Bertrand, 1990:205), al que se puede sumar una ocupación previa difícil de valorar, entre los siglos I y VIII.

Respecto a la fundación de la medina medieval bajo la actual Baza hay que apuntar que los datos arqueológicos hasta el momento son bastante pobres, aunque en la última década se han producido algunas intervenciones en el casco antiguo de la ciudad; aún no se documentan claramente ni estructuras ni materiales (contextualizados o no) que pueden remontarse más atrás de los siglos XI-XII, aunque hay que reconocer que surge como ciudad de cierta entidad, a juzgar por restos tan interesantes como los del Baño de la Marzuela, datados a finales del siglo XIII o principios del XIV (Bertrand et al, 2003:607), que evidencia el momento avanzado de la fundación de dicho arrabal. Esta ausencia de elementos arqueológicos paleo-andalusíes podría, sin embargo, deberse a que el poblamiento de ese período se restringiera al propio Cerro de la Alcazaba, de donde nunca se ha publicado intervención arqueológica alguna. Ese cerro presenta una superficie factible de ocupar de unas 0,75 ha, en consonancia con otros asentamientos contemporáneos, situados en el borde de la vega en posiciones relativamente encasti­lladas y que carecen de sistemas defensivos construidos, como Siete Fuentes, Cerro de la Mancoba, Cerro de los Cocas o Cerro Redondo.

Respecto al ámbito funerario, si cruzamos los resultados de las antiguas excavacio­nes de Pedro Álvarez con las practicadas en 1995 (Ramos et al., 1995) así como con las diversas prospecciones realizadas por nuestro equipo, podemos confirmar que la mayor parte de la necrópolis estuvo en uso en época ibérica, muy posiblemente desde el siglo VI a.C. (por la posible presencia de urnas de orej etas citada por P. Álvarez) y el siglo I d.C., ya que hemos podido detectar sigillata hispánica en superficie, lo que permitiría definir una continuidad hasta ese momento, pero siguiendo los rituales propiamente ibéricos, lo que explica que no fuese ésta la necrópolis principal y monu­mental de época romana (que debía encontrarse en la conexión con la vía Augusta, la cual pasaba por el Norte del yacimiento), y que debieron existir algunos edificios monumentales construidos con sillares mencionados claramente en la obra de Álvarez, sin que parezca que podamos hablar de esculturas ni de otros elementos de decoración arquitectónica; esta perduración a la que nos referimos, igualmente parece comprobarse por la asignación que, casi sin duda, puede hacerse del nuevo larnake con figura masculina de caballero del que conservamos un torso con la espalda perforada para la conservación de las cenizas y que por técnica y por iconografía, parece datarse más tardíamente que la escultura de la Dama de Baza (Chapa y Olmos, 1997:169).

Más complejo de entender es el papel de la necrópolis de Cerro del Santuario, tradicionalmente considerada como la original y propia de Basti. Casi todas las pro­puestas iniciales han sido derrumbadas.

Según se desprende de la lectura de la publicación de Presedo, ninguna de las tumbas presentaba cámara; hoy sabemos que la 179 la tenía, muy posiblemente la 176 también y que, aunque el paso a la 183 es extremadamente complejo, sin duda se pudo acceder a la cámara central al menos durante un período superior a un siglo.

Las propuestas cronológicas cerradas publicadas por algunos de nosotros mismos sosteniendo que el uso de la necrópolis quedaba delimitado al siglo IV a.C. exclusi­vamente se han visto superadas por los materiales analizados en la última campaña y que permiten confirmar que la necrópolis estuvo en funcionamiento al menos desde la segunda mitad del siglo V a.C. ; además se confirma la existencia de estructuras posteriores y de uso continuados a lo largo de varios siglos como el complejo romano de la parte central del Cerro3.

La visualización de la necrópolis ha cambiado igualmente desde dos punto de vista importantes; en primer lugar, y siempre en relación con la construcción romana, es posible que debamos asociar a ésta los elementos constructivos localizados en diversos momentos en la superficie del yacimiento. Es el caso de la conocida como gola egipcia recuperada cerca de la tumba 123 (Presedo, 1982:167) y que, en realidad, debió tratarse de un cimacio romano. En el museo de Baza se conserva otro elemento decorativo arquitectónico con bajorrelieves de rombos, y, por último, es la última campaña se localizó un pilar con acanaladuras. Todo ello nos permite considerar que el conjunto de estos fragmentos están relacionados no con el paisaje de la necrópolis ibérica (con pilares-estela, como en alguna ocasión se ha sugerido) sino con la posible sacralización de este espacio en época romana a través de algún conjunto arquitectónico más o menos complejo del que sólo queda visible su infraestructura.

Para terminar, la aparición del complejo funerario del que sólo conocemos una parte mínima y que hemos denominado como tumba 183, debería cambiar radicalmente los parámetros interpretativos que hasta el momento se han producido en relación con el papel que jugaron las diversas estructuras funerarias, dejando de lado el papel prepon­derante que hasta el momento tenía la tumba 155 (donde apareció la estatua sedente de la Dama de Baza) y permitiendo entrar en el terreno de juego a un participante oculto hasta el momento, y que debió significar algo que por el momento se nos escapa, pero, al menos simbólicamente, y sobre todo a diferencia de cualquier otra estructura funeraria de esta necrópolis, mantuvo como ritual vivo durante algo más de un siglo.

Esperemos a futuras intervenciones a la espera de poder acercarnos más a la vida de este complejo arqueológico tan rico y variado.

Referencias bibliográficas

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Los autores

ANDRÉS MARÍA ADROHER AUROUX.

ALEJANDRO CABALLERO COBOS.

JUAN ANTONIO SALVADOR OYONATE

 

Para leer el artículo completo

UNA HISTORIA DE LAS INVESTIGACIONES EN BASTI (BAZA, GRANADA)

Un artículo de ANDRÉS MARÍA ADROHER AUROUX, ALEJANDRO CABALLERO COBOS y JUAN ANTONIO SALVADOR OYONATE.

Publicado en la Revista Cuadernos de Prehistoria y Arqueología de la Universidad de Granada, nº 23 (2013).


El artículo en Academia.edu (perfil de Alejandro Caballero Cobos):

https://www.academia.edu/77519810/Una_historia_de_las_investigaciones_en_Basti_Baza_Granada_

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