Un intento fracasado de romper el modelo tradicional de irrigación: el canal del reino de Murcia en Huéscar, Granada.
Julián Pablo Díaz López. Universidad de Almería.
Agricultura y regadío en Al-Andalus, síntesis y problemas : actas del coloquio, Almería, 9 y 10 de junio de 1995. Coord. por Lorenzo Cara Barrionuevo, Antonio Malpica Cuello, 1996, pp. 485-500.
INTRODUCCIÓN
En los pueblos de la cuenca mediterránea, donde las precipitaciones son escasas, el agua es un bien precioso. «Comme dans toutes les marges des déserts, l’eau est ici expressément un bien rare, done une richesse, au sens économique du terme, qu’il faut gérer avec prudence et discernement» . Su posesión, control y distribución son una imagen más del poder efectivo, así como su traslado a zonas alejadas de donde brota, implica un nivel de desarrollo tecnológico importante, además de unas grandes posibilidades de intervención por parte de las autoridades. Los políticos ilustrados del reinado de Carlos III tenían como objetivo primordial aumentar la felicidad de sus administrados, dentro de la más típica concepción ilustrada del gobierno. Una de las realizaciones más destacadas de este período fue la política hidráulica, iniciada ya en el reinado de Fernando VI. Son realidades en este sentido, entre otros proyectos, el Canal Imperial de Aragón, el Canal de Campos o de Castilla, el Canal del Manzanares, además del intento que nos ocupa, el Canal del Reino de Murcia, también llamado de Carlos III.
Estas obras hidráulicas, detenidamente estudiadas en sus aspectos legales, técnicos y de resultados, han sido poco tratadas desde el punto de vista de su incidencia en la vida de las colectividades a las que afecta directamente su realización. Aunque, en los últimos años, las transformaciones que supone el paso de una hidráulica tradicional a la llamada «gran hidráulica» ha sido puesta de relieve por los trabajos de Pérez Picazo, Lemeunier, Pérez Sarrión y Alberola Romá, entre otros2.
Nos proponemos en el presente trabajo, como objetivo, realizar una reflexión sobre un intento fallido de construcción de una obra de gran hidráulica en una comarca del norte de la provincia de Granada, los entornos de Huéscar. Un intento de modificación de la organización tradicional de los regadíos sin que, aparentemente, se reflejasen ventajas inmediatas para esa colectividad. Tomando como base la actividad oficial que generó la obra en el Cabildo de Huéscar, reflejada en sus Libros de Actas3, las disposiciones legales emanadas en este sentido desde la Corte, y los restos de las obras llevadas a cabo, apreciables aún hoy, claramente en el paisaje.
Huéscar es un municipio ubicado en el norte de la actual demarcación provincial granadina, limítrofe en su parte oriental con Los Vélez, con los que tuvo comunidad de pastos y de explotación forestal en la Época moderna, colindante al norte con Nerpio, en la provincia de Albacete, Castril al oeste, y Orce y Galera, al sur. Localizado en una altiplanicie que supera los 900 metros sobre el nivel del mar, la rodean las Sierras de Duda, de La Sagra, de la Zarza y las estribaciones de la de María. Ciudad de señorío de la Casa de Alba, contaba en la época en que se hacen las obras del canal del Reino de Murcia, según el censo mandado realizar por Floridablanca en 1786, un total de 7.117 habitantes, además de 4.089 en la Puebla de Don Fadrique, unificado en su término4. Una comunidad lo suficientemente importante como para plantearse la necesidad de ampliar la modificación de las estructuras productivas.
EL SISTEMA DE RIEGOS EN LA ÉPOCA MODERNA
El aprovechamiento de la riqueza que proporcionan los afloramientos naturales de agua ha sido antigua en las tierras que rodean el macizo de La Sagra. En una zona donde «la escasez de caudales hídricos y su capacidad para crear riqueza los convierten en un medio de producción tan importante en las economías respectivas como la tierra, el trabajo y el capital»5, la organización de los regadíos ha sido minuciosa, aunque con unas intervenciones sobre el medio típicas de una «tecnología ‘dulce’ tradicional»6.
La totalidad de las tierras de regadío del territorio de Huéscar y La Puebla de Don Fadrique, con término común en el siglo XVIII, ascendían, según los peritos que responden al interrogatorio general del Catastro de Ensenada7, a 7.800 fg., cuya propiedad está fuertemente concentrada en las manos de unos pocos labradores e hidalgos, y con una masa considerable de jornaleros que la trabajan, e importantes extensiones de pasto y bosque comunales. De estas tierras, la tercera parte son regadas con la acequia de la Fuente de Montilla. Es ésta, por tanto, la que realiza un aporte de líquido elemento más importante para el mantenimiento de la superficie regada, e incluso, hasta épocas recientes, para el abastecimiento de la ciudad. Puede ser considerada, por tanto, como la más representativa de un sistema tradicional de regadíos.
La Fuente de Montilla, situada al norte de la Sierra de La Sagra, aflora el agua mediante un sistema de mina y una conducción que, de forma natural, orientaba su escorrentía hacia el Río Guardal, a través del Arroyo de Raigadas. Seguramente como consecuencia del progresivo aumento de: regadío en la segunda mitad del XVII, «en 1681 se trasvasaron las aguas de la Fuente de Montilla a la cuenca del Barbata«8, río que corre cercano a Huéscar, y que permite, con un bajo coste de infraestructuras, llevar el agua hasta la huerta situada en la vega de dicho río y en los alrededores de la ciudad. Después de conducir el agua, por medio de su cauce, durante varios kilómetros, a través de un canal de derivación, llegan las aguas hasta las inmediaciones del núcleo urbano. Desde aquí, la acequia principal se divide en cuatro brazales (de la Ciudad, del Hospital, del Matadero, y de Alcadima). Cada uno se parte, a su vez, en una serie de ramales, entre los que destacan los correspondiente al Brazal de la Ciudad, por ser el que tiene un número más elevado, y el que más tierras riega. Sus ramales son, además del Brazal Principal, los de Dar o, el Patronato, el Palomar, los Granados, las Navarras, el Portillo de Peralta, el Cambrón, la Cantora, el de Molina, los Villares, Cerro de Mansegosa, los Poyos, los Pinos, el Derecho y el de la Mina.
De los otros brazales, únicamente el de Alcadima tiene ramales, que son, además del Principal, los de Medina, la Era y la Tallada, con una extensión bastante menor.
Hasta la mitad de la centuria de la Ilustración puede observarse como, a pesar de realizarse intervenciones importantes en el curso de las aguas, como el desvío de Montilla desde el Arroyo de Raigadas hacia el cauce del Barbata, o la inclusión de otras fuentes en la misma acequia, la incidencia de las obras en la transformación de los paisajes y de los ecosistemas es bastante escasa. Mucho menor que las pretendidas realizaciones de los años postreros del siglo XVIII.
Este sistema tradicional de regadío, comparte con todos los sistemas mediterráneos, tan diferentes entre sí, en apariencia, «la organización comunitaria de los usos del agua, que constituye el núcleo más profundo, ‘duro’ de las comunidades campesinas. Tal organización se plasma en las zonas donde el agua es abundante en la disposición rigurosa del entandamiento y en la puesta en pie de instituciones peculiares cuya misión es velar por la conservación de la red de riego y mediar en los conflictos»9. Es la Comunidad de Regantes de Montilla quien entiende sobre todos los aspectos relacionados con el agua de esta fuente: no solo obras y reparaciones, sino también la distribución concreta del agua transportada entre los diversos propietarios y la solución de los litigios que surgen entre ellos.
LA CONSTRUCCIÓN DEL CANAL DEL REINO DE MURCIA
Planteamiento y fines del proyecto
Las intervenciones previstas
La colaboración local de un proyecto
La colaboración del Cabildo eclesiástico
Las comunidades de regantes
(Ver estos apartados en el artículo completo: se puede descargar abajo).
El fracaso. Causas y consecuencias
El fracaso del canal. Causas y consecuencias
El fracaso en la construcción del canal se produce debido a una serie de causas técnicas.
y de problemas de financiación.
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De cualquier forma, en el abandono definitivo de la obra pesaron más, sin duda, los problemas técnicos y la crisis financiera, política e ideológica, como la caída de Floridablanca, el miedo a la Revolución francesa, y la crisis de la Ilustración, que paralizó la política hidráulica a partir de 178927.
Para la comunidad humana asentada en la ciudad de Huéscar, el fracaso del Canal del Reino de Murcia, tuvo una serie de consecuencias:
De un lado, el mantenimiento de un sistema tradicional de riegos, y como consecuencia, un «triunfo» de la pequeña hidráulica frente a las intervenciones radicales en el medio físico que son consecuencia casi inevitable de la gran hidráulica.
Por otro lado, «la conservación hasta comienzos de este siglo de unas técnicas y unos modos de gestión de los caudales hídricos no muy alejados de los preindustriales»28, con las características de mantenimiento del Antiguo Régimen que dificultaron la modernización de la sociedad oscense.
¿Podría afirmarse, en fin, que ha sido este uno de los factores que han contribuido, a lo largo de los últimos siglos, al mantenimiento de fuertes características sociales de signo tradicional en la vecindad de Huéscar?
Conclusiones
Puede decirse que la Ilustración supone, al tiempo, una serie de «luces y sombras», de avances y permanencias, de intentos de modernización, fracasados unos, y acertados otros. Estamos en presencia de una tentativa que no llegó a feliz término, posiblemente para alivio de sus coetáneos oscenses y alegría de generaciones futuras. En cualquier caso, su intento de construcción y su descalabro abre, desde el punto de vista de los vecinos de Huéscar y de sus intereses, una serie de interrogantes difíciles de contestar.
La incógnita más clara, planteada más o menos explícitamente líneas atrás podría formularse así: ¿cómo una comunidad de regantes, en particular, y los labradores propietarios, en general, permiten y aceptan, de forma escéptica, que se haga la obra, que el agua de sus fuentes, sean las del Río Guardal, la de Montilla u otras, se añadan al caudal del trasvase, sin esperar, ni exigir, ningún beneficio a cambio de esa cesión? Si se plantea la introducción en el canal de las aguas de las acequias tradicionales, manteniendo el nivel de regadíos y sin alterar la distribución de las aguas de las Acequias de Montilla, etc, ¿nadie duda de que luego se queden con el agua y no den la misma para el regadío?
Pero, además, una ciudad con un volumen de población importante en la segunda mitad del XVIII, ¿no se plantea aprovecharse de las obras del canal para ampliar su superficie dedicada a cultivos en regadío? ¿Por qué? ¿Cómo es posible ese desinterés, en una comarca que tiene importantes superficies de secano, que pueden ser transformadas en regadíos?
Se podría argumentar como respuesta a los planteamientos anteriores que las posibles protestas se hubiesen mantenido al margen del Concejo, y sus miembros no se hubiesen implicado en ellas, por lo menos oficialmente. Pero, si realmente hubiera sucedido así, los labradores propietarios, regantes con toda seguridad, presentes entre las autoridades del concejo, ¿no se hubiesen manifestado de alguna manera en contra de la obra?
Epílogo
Curiosamente, algunos de los interrogantes planteados se pueden responder desde las realizaciones hidráulicas actuales. Posiblemente las aguas de los Ríos Castril y Guardal estuviesen destinadas, históricamente, a proporcionar riqueza, sobre todo, fuera de los límites comarcanos.
Después de tantos intentos fracasados a lo largo de la historia, a finales de los años ochenta se realizó una obra de gran hidráulica, el Pantano de San Clemente, que permite la acumulación del agua de ambos ríos, así como su conducción, a través de un canal, que, siguiendo la cota aproximada de los 900 m de altitud (en lugar de los 1.000 que seguía el Canal del Reino de Murcia), corre casi paralelo a éste a lo largo de su recorrido por el término municipal de Huéscar. El destino es diferente en este caso: la Vega de Baza.
La gran hidráulica también sigue triunfando de forma clara sobre la pequeña hidráulica tradicional a finales del siglo XX, aunque con unos planteamientos técnicos, y, por consiguiente, con unos resultados diferentes.
Las únicas protestas ante la realización de este pantano y el canal de trasvase hasta Baza han partido de los vecinos de la barriada de San Clemente, que vieron expropiadas sus casas y tierras, y, que trasladados a una nueva barriada a las afueras de Huéscar, veían peligrar su medio de vida o sus indemnizaciones.
Para leer el artículo completo:
Bibliografía
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