Evangelina González, hija de Felisa, de los yeseros de la calle Alhóndiga, se casó con Carlos Laguna Puentes en 1959, el 21 de diciembre, en el equinoccio de invierno. Se instalaron en una casa alquilada a los padres de Evangelina, en el llamado Barrio Nuevo, separado de Huéscar casi un kilómetro y medio. Allí, al lado, tenía la familia González una tejera, en donde por aquella época se fabricaban losas y ladrillos, y se “echaban caleras” (se cocía la cal).

Carlos Laguna trabajaba en la Almazara de Huéscar desde que volvió de la mili, en 1958. Sin embargo, en enero de 1960, ya casado, lo despidieron del trabajo (para ahorrar costes) y le entregaron, como indemnización, el contenido de un remolque de tractor lleno de “sipia” (el residuo que dejan los huesos y las pieles de la aceituna en el proceso de elaboración del aceite).

Evangelina, mientras Carlos comenzó a buscarse la vida como jornalero, pensó que lo mejor era vender esa mercancía, junto con otras que le compró a sus padres en el portal de cal y carbón. Pero, muy pronto se dio cuenta de que lo que se necesitaba en el barrio de San Isidro no eran productos de embellecimiento de fachadas, ni siquiera combustible vegetal para calentarse. Si no que lo más urgente era la comida, tanto la comida fresca, como las conservas, el bacalao, las sardinas de cuba, hasta el pan y el vino.

La casa de Barrio Nuevo era un edificio compuesto de primer piso, bodega con grandes tinajas y cámaras. Había sido antes de la guerra civil y en al principio de la posguerra una tienda de comestibles y ultramarinos, llamada Las Palomas: estaban las estanterías —vacías—, el mostrador —de madera suave por el uso— el amplio portal —mudo—, y la joven Evangelina, con 23 años, decidió pedir un préstamo a su padre y convenció a Carlos, su marido, para poner una tienda. Al cabo de unos meses, lo consiguió. Así estaba a finales de septiembre de 1960, la que se llamó, a partir de entonces, la tienda de Evangelina.


La tienda de comestibles “Las Palomas” tenía una habitación pequeña en las cámaras con un ventanuco sin cerramiento, por donde entrarían antaño las palomas (allí tenían sus pequeños habitáculos para comer y descansar).

En los tiempos en los que vivía en la casa la familia Laguna Puentes, las hijas de Carlos y de Evangelina, jugaban en ese cuartito “a las maestras”  (ahora convertido en rincón para leer, escribir y divertirse). En primavera, una familia de golondrinas compartía aquella escuela en donde su padre había puesto un escritorio antiguo que compró al “tío la Renfe”.

Del libro Sabiduría práctica.

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