Pintura de Augusto Ferrer Dalmau. Llegada y defensa de un convoy de abastecimiento en Igueriben, el 17 de julio de 1921. Transporte de agua y municiones

La guerra de Marruecos para los jóvenes de nuestros pueblos supuso un impacto generacional. Una dura experiencia, por la que debieron pasar muchísimos mozos, que tuvieron que permanecer tres años en una guerra despiadada y cruel, que, al mismo tiempo, les cambió la vida para siempre…

Ramón Gómez Laguna


Cuando el servicio militar obligatorio entró en vigor en el año 1912, de la mano del presidente del gobierno liberal, José Canalejas, supuso toda una revolución respecto a la forma de entrada de los jóvenes españoles en el ejército y, a la vez, un cambio drástico que condujo a la conformación de un ejército nacional y moderno.

El anterior sistema de milicias, popularmente llamado de “quintos”, había quedado en desuso. Además de ser un sistema injusto, que era evitable para las clases altas (ya que, con una cierta cantidad de dinero, se podía conseguir la renuncia al servicio militar). Por tanto, era necesario un nuevo sistema de reclutamiento, como el que se estaba poniendo en práctica en otros países europeos. De esta manera, se instauró el servicio militar obligatorio, en el que debía servir todo varón mayor de edad, sin importar la clase a la que se pertenecía.

El nuevo sistema tampoco acabó de arreglar los viejos problemas, porque como dice el refrán “hecha la ley, hecha la trampa”. Aunque todo joven mayor de edad debía cumplir el servicio militar obligatorio, nuevamente, con un pago estipulado, se podía reducir el servicio (incluso hasta quedar en dos meses de milicia). Además, por supuesto, los destinos eran mejores, y, especialmente, era posible evitar, por ejemplo, la guerra de Marruecos.

La “mili” solo sirvió para que un sector de población más amplio fuera —de hecho— a la guerra, en contraste con el antiguo sistema de quintos.

 Tras este breve contexto general, deteniéndonos en nuestro estudio, debemos hacernos la siguiente pregunta ¿qué podía sentir un joven de Huéscar, un joven de provincias, al ser destinado al servicio militar obligatorio en plena guerra? De la misma forma se sentiría cualquier joven español en el año 1922. El hecho de ir al servicio militar obligatorio era la primera salida de casa, o fuera del ámbito local, en una época en la que hacer estudios superiores para salir del pueblo era prácticamente imposible.

Así pues, muchos jóvenes de toda España conocieron la dureza y crudeza de la guerra (al igual que había pasado con la guerra de Cuba poco antes, pero ahora la experiencia de guerra se dilataba en el tiempo). Debemos pensar en el impacto que suponía para un muchacho de provincias, que no había salido de su comarca, el enfrentarse a una guerra para la que ninguno estaba preparado.

Como afirma Alfonso Iglesias en el libro A cien años de Annual. La guerra de Marruecos: “El Marruecos del primer tercio del siglo XX fue para España una tierra de desastres, de sufrimiento, de muerte. Aunque también incidió mucho, en el valor y el heroísmo”.[1]

La guerra de Marruecos para los jóvenes de nuestros pueblos supuso un impacto generacional (los comprendidos entre los reemplazos de 1909 hasta el final de la década de los 20). Una dura experiencia, por la que debieron pasar muchísimos mozos, que tuvieron que permanecer tres en una guerra despiadada y cruel, que, al mismo tiempo, les cambió la vida para siempre.

Por eso, no se trata solo la huella que dejó en el momento, sino durante mucho tiempo después: la guerra, imprimió recuerdos dolorosos y trágicos que no serían fácilmente olvidables, y que, por eso, casi nunca se mencionaban en el seno de la familia.

Tan solo llegaron a la vida diaria algunas coplillas (de las que se ha hablado durante el desarrollo de este libro) y que perduraron en las familias (como legado de tradición oral). En el caso de Carlos Laguna Palencia —en la guerra de Cuba—, y en otras tantos soldados que habían participado en estas luchas bélicas, como lo recoge el artículo “Percepciones, imaginarios y memoria de la Campaña de Marruecos”.[2] 

Sin duda, la guerra de Marruecos supuso un golpe de realidad para toda una generación, una situación que, por desgracia, no tardaría en repetirse con la guerra civil, entre los años 1936 a 1939.

Muchos de los que sirvieron en Marruecos se vieron involucrados, de nuevo, en la guerra civil, tanto en uno como en otro bando. Caer en una zona u otra, te hacía entrar de lleno en la contienda, aunque no se quisiera participar en ella.

El hecho de haber luchado en Marruecos concedía una mayor experiencia a la hora de la batalla, sobre todo, para el bando republicano (que, salvo un par de generales de carrera, apenas contaba en sus filas con experiencia militar). Por tanto, contar con soldados experimentados suponía un valor activo para el bando republicano.

Aunque en otros casos, como el de Francisco Laguna García, los recuerdos de la guerra de Marruecos y las circunstancias de su presente lo condujeron al ocultamiento obligado durante tres largos años, para no perder la vida.

La guerra civil enfrentó, en muchas ocasiones, a soldados que habían combatido codo con codo en Marruecos, y ahora se enfrentaban en un duelo fratricida difícilmente entendible.

[1] Iglesias Amorín, A. “Percepciones, imaginarios y memoria de la Campaña de Marruecos”, en Macías Fernández, D. (ed.). A cien años de Annual. Madrid, Desperta Ferro Ediciones, 2021 (2ª ed.), p. 420.

[2] Iglesias Amorín, A. Op. cit., p. 437.

1. Francisco Laguna García

Paco Laguna, el hijo de Carlos Laguna Palencia y Concepción García-Grande Torrijos, tenía 20 años cuando lo “midieron” en Huéscar para ir al servicio militar. Obtuvo el número 65, y el destino no iba a ser ni fácil ni tranquilo ni seguro. Entró en la caja de reclutas de Guadix en agosto de 1922, ya con 21 años.

Firmó aquel día, el 5 de marzo de 1922, de su puño y letra: sabía leer y escribir como reflejaba esta primera página del expediente —la entrada en la milicia—. Después, los militares —bajo cuyo mando estuvo— irán completando las páginas de su documentación, y allí señalarán que tenía los conocimientos básicos de haber estado escolarizado, aunque el cuidado en la caligrafía y el desarrollo atinado y organizado de su inteligencia natural se lo debía, sobre todo, a las clases extra que recibió cuando era jardinero del colegio Nuestra Señora del Carmen (conocido después como Colegio de la Consolación).

Aquella primera página de vida militar la cumplimentaba el Ayuntamiento. Y, junto a la firma esmerada, pero ágil, de Francisco Laguna García, estaba la rúbrica del Alcalde de la ciudad de Huéscar en 1922: D. Pedro López Lefebvre, al frente del Ayuntamiento desde 1912, el hijo del abogado y registrador de la propiedad D. Pedro López Carbonero.


La guerra de Marruecos

Francisco Laguna García, fue inscrito[1] —después de ser “medido”— en la caja de reclutas de Guadix: estuvo a disposición del Ejército durante 6 meses. El 1 de febrero de 1923 se incorporó a la Comandancia del Cuerpo en Sevilla para embarcar hacia el destino: la 4ª Compañía de Tetuán, adonde marchó el 21 de mayo.

Le concedieron la medalla por la campaña de Marruecos, con pasador de Ceuta y de Alhucemas. Y la Cruz de plata al mérito militar con distintivo rojo, por su participación en los combates de Xauen y en el desembarco de Alhucemas.

[1] Las informaciones puntuales de este apartado se han obtenido del expediente militar personal de Francisco Laguna García, proporcionado por el Archivo Militar de Guadalajara.


Francisco Laguna García
En esta fotografía, tomada en Ceuta, en enero de 1926, ya había tomado parte en todas las acciones militares que describimos a continuación.

En 1923, los convoyes

El 15 de abril de 1923 prestó juramento a la Bandera en Xauen, ante el batallón de Cazadores de Segorbe, nº 12. Fue nombrado soldado de intendencia; y pasó a pertenecer a la Comandancia de las tropas de Intendencia de Ceuta.

En este cuerpo militar de intendencia sirvió durante los tres años que estuvo en Marruecos. Se encargaba de preparar y dirigir convoyes para avituallar y abastecer de medicamentos, comida, agua, ropa, munición, servicios logísticos, principalmente, a los soldados de las posiciones que estaban en primera de línea de batalla.

El 1 de mayo de 1923 comienza ya su trabajo de preparación, organización y dirección de convoyes: desde Ben Karrich, los conduce a las posiciones de Buharrats, Zinat, Taranes, collado de Afernun, monte Adrú y otras.

 

Hospital de sangre de Buharrats (Memorias de Berenguer)

La segunda entrega de este capítulo:

 

 



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