Volver a Sabiduría de la mujer rural
Carmen Puentes Gómez
Carmen Puentes Gómez, la hermana de Mercedes Puentes.
Carmen y su marido Manuel ayudaron en el negocio de Dionisio Coronado, el padre de Manuel, en la carnicería de la calle de La Noguera. Carmen aprendió bien el oficio. En octubre de 1936, Manuel fue movilizado (porque estaba en la reserva), marchó a la guerra, y ya no volvió. En algún lugar entre Sagunto y Teruel, murió en 1939.
Carmen, viuda, se casó en segundas nupcias el 24 de julio de 1944, con Pedro Chillón Fuentes. Pedro y ella pusieron una carnicería en la calle Morote, esquina placeta de la Aurora (en el corazón de Huéscar), en la inmediata posguerra. Ella era el cabeza de familia en cuanto a oficio se refiere. Pedro era un hombre del campo, sin ninguna experiencia en el oficio de matarife, preparador y cortador de la carne, elaboración de embutidos, secador de jamones y otras tantas tareas de la profesión. Por eso él solo se encargaba del mostrador.
Carmen puso la fuerza y el tesón. El trabajo, la organización, la valentía. Fuerte siempre, en un contexto donde solo los hombres parecían tener papel en los negocios.
Mercedes Laguna
Felisa González Sánchez
Felisa González
Felisa González Sánchez
Después de la guerra, muy posiblemente en 1940, la familia González, que había venido de La Puebla a Huéscar, se trasladó a la casa del Arco del Santo Cristo. La casa estaba en malas condiciones como vivienda. Mientras que Andrés, el marido de Felisa, buscaba trabajo y trabajaba en el pueblo, Felisa no podía parar de pensar cómo podría obtener más ingresos. Ella estaba acostumbrada a trabajar -en La Puebla y en Huéscar- y sabía ingeniárselas, para traer también el pan a casa.
El mercado estaba allí, a sus pies. Se hacía los jueves, pero los puestos de fruta, verdura y hortalizas permanecían de guardia, todas las mañanas (menos el domingo). Para el primer jueves, había comprado, a las mujeres de los puestos, dos kilos de fruta, y se puso, a la puerta de su casa, con una espuerta, a venderla. Como una lechera de cuento, práctica, con los pies en la tierra, invirtió el dinero de la venta en tres kilos de hortalizas y las vendió en su puesto del suelo, al lado de la casa el jueves siguiente. Para la semana próxima, tenía un plan: dejaría aparte un poco del dinero que había traído Andrés para los gastos y se atrevería a comprar una caja de productos frescos. Allí estaba, en la puerta de la casa del Arco del Santo Cristo, con su hijo José María de ocho años, sentado a su lado. Poco a poco fue conociendo mejor a las demás vendedoras, y comenzó a hacer tratos con ellas.
Sin embargo, Felisa no solo era trabajadora, organizadora de su casa, sino que era inteligente y tenía vista comercial. Enseguida se dio cuenta de que en la oferta de productos tenía que haber variedad, y pensó en el negocio de carbón, cal y serrín de su padre en La Puebla.
Pronto el portal de la casa se convirtió en “el portal de carbón y cal” de Felisa. Hasta que, en 1947, la casa del cierre de la calle Alhóndiga pudo ser el nuevo hogar de Felisa y Andrés. Una casa señorial en horas bajas que alquilaron a don José María López para poder ampliar allí el negocio, dar un espacio mejor para vivir a sus hijos y procurarles trabajo de mayores.
Mercedes Laguna
Evangelina González González
Evangelina González, hija de Felisa, de los yeseros de la calle Alhóndiga, se casó con Carlos Laguna Puentes en 1959, el 21 de diciembre, en el equinoccio de invierno. Se instalaron en una casa alquilada a los padres de Evangelina, en el llamado Barrio Nuevo, separado de Huéscar casi un kilómetro y medio. Allí, al lado, tenía la familia González una tejera, en donde por aquella época se fabricaban losas y ladrillos, y se “echaban caleras” (se cocía la cal).
Carlos Laguna trabajaba en la Almazara de Huéscar desde que volvió de la mili, en 1958. Sin embargo, en enero de 1960, ya casado, lo despidieron del trabajo (para ahorrar costes) y le entregaron, como indemnización, el contenido de un remolque de tractor lleno de “sipia” (el residuo que dejan los huesos y las pieles de la aceituna en el proceso de elaboración del aceite).
Evangelina, mientras Carlos comenzó a buscarse la vida como jornalero, pensó que lo mejor era vender esa mercancía, junto con otras que le compró a sus padres en el portal de cal y carbón. Pero, muy pronto se dio cuenta de que lo que se necesitaba en el barrio de San Isidro no eran productos de embellecimiento de fachadas, ni siquiera combustible vegetal para calentarse. Si no que lo más urgente era la comida, tanto la comida fresca, como las conservas, el bacalao, las sardinas de cuba, hasta el pan y el vino.
La casa de Barrio Nuevo era un edificio compuesto de primer piso, bodega con grandes tinajas y cámaras. Había sido antes de la guerra civil y en al principio de la posguerra una tienda de comestibles y ultramarinos, llamada Las Palomas: estaban las estanterías —vacías—, el mostrador —de madera suave por el uso— el amplio portal —mudo—, y la joven Evangelina, con 23 años, decidió pedir un préstamo a su padre y convenció a Carlos, su marido, para poner una tienda. Al cabo de unos meses, lo consiguió. Así estaba a finales de septiembre de 1960, la que se llamó, a partir de entonces, la tienda de Evangelina.
Para saber más:
Sabiduría práctica. Colegios, vidas y trabajos. Huéscar en la historia de la vida cotidiana.
Siglos XIX y XX
Soy Mari Carmen Rodríguez Coronado, he leído lo que has puesto los últimos días sobre las mujeres de Huéscar. Me ha gustado lo de mi abuela Carmen y cómo se buscó la vida en un tiempo tan difícil y las circunstancias tan duras para todos, y más para las mujeres con hijos pequeños y una posguerra. Era una raza de mujeres fuertes, como la tía Patricia, la abuela Felisa y el abuelo Manuel que trabajaba de sol a sol, para que no les faltara, aceite, pan blanco,verduras y frutas,esto me lo contaba mi, madre
Fue lo que le enseñaron mi abuela Carmen. La madre Felisa se hizo cargo primero de mi abuela y luego con mi madre cuando estaba enferma, ya que le cayó una losa se mármol en espalda que le partió la columna. La llevaron a Granada, en plena posguerra, mi abuela Carmen tuvo que fregar los suelos del Hospital para pagar su sustento y los gastos. Al final, se la llevaron a Huéscar, pues se iba a morir, fue la tía Patricia a Granada para acompañarla, a mitad del viaje, paro el autobus olía fatal, desinfectaron tijeras y gasas, cortaron la carne podrida y pusieron cataplasmas de hierbas, cuando llegaron a Huéscar la herida estaba sanando, y mi abuela y Felisa la cuidaron hasta recuperarse.